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Todos hablan de Maye

 

En los alrededores de la emblemática colonia Seattle de Zapopan, Jalisco, todos la conocen. Al preguntar sobre los proyectos y negocios locales más interesantes de la zona, la respuesta se repite una y otra vez: tienen que buscar a Maye. Ingresamos “Maye Ceramic” en Google Maps y llegamos al número 73 de la Calle Francisco Mora, donde unas pequeñas letras blancas anuncian: Maye High Art.


Con la sonrisa y calidez que la caracterizan, Maye nos abrió las puertas de su estudio para vivir la experiencia de sus clases de cerámica. ¡Acompáñanos!

El principio

 

Maye descubrió la cerámica en 2017: “Fui a Nueva York a pasar mi cumpleaños y por ahí se presentó una oportunidad de grabar un video de un taller de cerámica. Al momento de estar viendo todo el proceso de amasar, cortar, tornear, yo me iba, me quedaba perdida. La chica que lo estaba haciendo me decía: –¿Ya puedo cambiar de posición?–. Yo babeaba visualmente, se veía super bonito, satisfactorio… me atrapó”.


Al volver de Nueva York, Maye empezó a buscar clases. Primero, probó en Tonalá: “Era hacer una hora, llegabas a un taller donde el señor se concentraba en su producción, entonces no te daba atención, no te enseñaba”. Después, tuvo mala suerte con una maestra: “Era toda enojona. Te decía: –Toma, ahí hay una bola de cerámica y haz lo que tú creas–”. Probó tres talleres más, clases privadas, hasta que encontró a Sofía: “Joven, con una idea súper diferente y un talento alucinante”, recuerda Maye. Ahí estuvo cuatro meses, hasta que usó sus ahorros, obtenidos trabajando en la carpintería de su hermano, para comprar su primer torno. El siguiente paso fue rentar un cuarto para instalar su taller y empezar a trabajar ahí. “Más que nada lo usaba como creatividad en ese momento porque yo no veía una profesión, hasta que un día mi hermana me dijo: –Qué hippie eres, no vas a vivir de esto, quién te va a comprar piezas–”, relata Maye.

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Fue entonces cuando, empeñada en demostrarse a sí misma que podía vivir de su pasión, empezó a vender algunas de sus piezas entre amistades y personas conocidas: “La verdad creo que fue mucha suerte. En Instagram empezaron a caer clientes: una tienda en Tulum, otra en Los Cabos, empezaron a decirme: –¿Me haces cuarenta tazas?–”.

 

 

Las clases

 

Al tiempo que perfeccionaba su técnica, Maye atendía cada vez más pedidos, hasta que una amiga suya, Karen, le pidió que le diera clases de cerámica. Sus primeras alumnas fueron Karen, su hermana y otra amiga. Poco a poco, empezó a darles clases a más personas. Compró un horno, más tornos y, finalmente, Karen pasó a ser su ayudante en las clases. “En mi cuenta de Instagram –relata Maye– tuve que archivar todas mis fotos privadas, de mis sobrinos, de mis vacaciones, y se convirtió en Maye High Art”.


Las clases de Maye consisten en grupos de cuatro personas para que cada una tenga su torno y reciba una excelente atención. “En las clases –explica Maye–, me gusta que la gente entienda todo el proceso de la cerámica, no solo lo más romántico”. Para lograrlo, sus cursos están divididos en una clase por semana durante un mes: “En la primera clase vemos la elaboración del material. Yo les doy el polvo, ellas lo mezclan, le agregan agua y deciden si le agregan textura o no, si le agregan pigmento o quieren que las piezas sean todas blancas. Luego, Karen y yo les enseñamos absolutamente todo: les explicamos cómo hacer un bowl, cómo hacer un plato, cómo hacer un florero. Las hacemos entender ciertos puntos clave para poder generar una buena pieza, sin pérdida de material, sin pérdida de tiempo, súper bien distribuida, muy bien torneada”. Al final de la primera sesión, guardan las piezas en cajas o bolsas para evitar que se deshidraten, ya que el material debe mantenerse húmedo para seguirlo trabajando.

 

 

 

 

“En la segunda clase –continúa Maye–, retornean, detallan o les agregan asas a las piezas. Lo padre de la cerámica es que si tú ves una pieza a tu segunda clase y no te gusta, esa misma pasta se puede reusar. O sea, la rompes, la metes en agua y vuelve otra vez a ser lodo, por así decirlo”.

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Cada asistente a la clase hace de ocho a diez piezas de cerámica, a menos que decida hacer una grande que necesite trabajarse durante las tres sesiones. “Sí o sí tienen que terminar sus piezas en la tercera clase –continúa Maye–. En el lapso de una semana que tengo antes de la cuarta sesión, meto las piezas al horno, lo que se llama sancochar una pieza”. Lo último que hacen las alumnas de Maye es esmaltar sus piezas: “Yo lo que hago es elaborar mis esmaltes. Hago investigación y pruebas, y ese día les enseño los colores que tengo. Les digo que elijan los que quieran, que mezclen si quieren. Les enseñamos diferentes técnicas de aplicación, por medio de inmersión, por medio de pistola o de pinceladas. Ya ahí cada quien tiene que ver su creatividad”. 

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Tras esta cuarta clase, Maye vuelve a meter las piezas al horno para que el esmalte se vitrifique. Este es el último proceso de la cerámica. Finalmente, las personas recogen sus piezas terminadas.


Además de los cursos de un mes, Maye High Art ofrece otras experiencias, por ejemplo, combinar la cerámica con la degustación de vino o el horneado de galletas en sesiones de un par de horas. 

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Compartir

 

Para Maye, hacer cerámica es tener un momento de conectar con ella misma: “Me desconecta de todo lo demás, es una manera de proyectar el momento en el que estoy: si estoy de verdad fatal, entro a torno y se ve que estoy mal, se refleja en la pieza. Es como un momento de meditación que a veces por andar en friega no nos damos o no me doy. Es un momento en el que conecto muchísimo y escucho”.

 

¿Qué es lo que más disfruta Maye de enseñarle esta técnica a otras personas?


“Compartir. Creo que actualmente vivimos en un mundo donde somos bien envidiosos a veces. Sofía, que fue la que me enseñó, fue súper abierta conmigo, con una actitud de –yo te enseño todo, te echo la mano, te doy tips–. Entonces, creo que compartir para mí es fundamental y es una experiencia bien bonita, la gente sale bien contenta. También, al final, terminas escuchando a las personas porque se están concentrando mucho y te empiezan a contar sus problemas o su felicidad. Entonces, te conectas con esas personas y ellas contigo”. 

 

 

 

 

Además de su talento y la calidad de sus piezas, esta vocación por compartir es lo que distingue a la experiencia de Maye Ceramic: “Hay muchos talleres de cerámica, pero creo que la manera en la que trabajamos es más personal. He sacado de aquí una gran cantidad de amigas de todas las edades, desde niñas de 16 años hasta señoras de 60. Así es como se ha creado un ambiente bien padre”.

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